Después de 10 años como consultora (y los que me quedan ;)), he ido haciendo una lista, pero lista mental, nada elaborada, con mis propios Best Workplaces.
A lo largo de estos años he paseado por departamentos de Recursos Humanos y muchos Despachos Profesionales. He visitado edificios fabulosos, otros con vistas espectaculares, otros que tenían los servidores en el baño e incluso lugares de Madrid que no sabía que podían existir. Pero lo más importante, es que he conocido a personas de todo tipo y costumbre, sobre todo de las buenas, de esas con lasque te tomarías unas cervezas de vez en cuando, de hecho puedo decir que mantengo amistad con varias y aún me acompañan por este precioso camino de la vida y también en alguna que otra comida al año.
Y os preguntaréis, ¿cuál es mi criterio de elección como mejor empresa?. No sé si os vais a sorprender pero no es la nómina que pagan a fin de mes, que las veo, y ya os digo yo que no son nada sorprendentes. Mi criterio de elección es el respeto, sí, el respeto que existe entre responsable y colaborador y entre las personas que forman la sociedad. Hablo de ese respeto que se asocia más a la admiración que se tienen dos iguales, que se respetan por lo que son, por sus fortalezas y talentos. Hay empresas, verdad de la buena, donde se respetan hasta a los compañeros que no son del propio departamento ;).
Y, ¿cómo una empresa ha conseguido llegar a ese nivel de bienestar?. También os vais a sorprender, gracias a la cultura instaurada por la empresa y sobre todo, muy, muy sobre todo, porque las personas que desarrollan su talento dentro de estas. Hacen un trabajo emocional diario muy importante: no juzgan, sólo negocian.
Digo que hacen un trabajo, porque así lo entiendo yo. Ese esfuerzo que hacen por ser flexibles y entender que los demás no tienen por qué ver la vida de su mismo color ni forma.
Y, ¿sólo con el respeto se consigue que las personas que forman la empresa?, ¿que no entren en depresión los domingos por la noche?. Pues sí, ¿tienes un minuto más?, te explico.
Piensa por un momento que llega el domingo por la mañana y sales a desayunar a tu bar favorito, ese en el que ya te conocen y te tienen la prensa guardada para que leas mientras te tomas tranquilamente tu café. Seguramente no es el mejor sitio del barrio, vamos que la decoración dejó de preocupar al dueño hace tiempo, pero su atención es excepcional, te hacen sentir que eres especial, pues te tratan por tu nombre y ya saben qué tapas son tus favoritas y qué tomas cada domingo.
Imagina que uno de los domingos que te acercas a desayunar, te lo encuentras cerrado, algo raro, pero ya les preguntarás qué les ha pasado y como ya estás en la calle decides entrar en otro que abrieron hace un tiempo y decides ampliar horizontes nuevos ;).
Nada más entrar oyes que hay discusión dentro de la cocina, no hay nadie en la barra y esperas a que alguien te atienda sentado en una de las mesas. Admiras la decoración, un sitio chulo, acogedor, entra el sol por la ventana, podrías acomodarte un buen rato allí… te sobresalta un grito de la persona que está al otro lado de la barra diciéndote que tienes que pedir en la barra, que no atienden en mesa; sólo estás tú, así es que te levantas y te acercas a pedir el desayuno. Hoy te apetece únicamente media tostada de pan con tomate, así se lo solicitas a la persona que te mira fijamente desde detrás de la barra, su respuesta es que, de medias nada, entera, en fin, qué le vas a hacer. Pides también que el café te lo pongan en vaso y azúcar moreno. Sin mediar palabra la persona que te ha atendido entra en la cocina y a los 5 minutos sale con tu tostada, no acompaña ni sal ni aceite, así es que se lo tienes que recordar y medio minuto después, pone tu café en la barra, es una taza y el sobrecillo de azúcar no es el que has pedido.
Creo que habéis entendido la moraleja, ¿verdad?, ¿quién quiere acudir a un lugar donde parece que molestas y lo peor, no es que te sorprendan con una sonrisa, que ya sería la bomba, sino que ignoran tus palabras.
Pues en nuestro entorno laboral, todos tenemos la oportunidad de que nuestro compañero o colaborador se convierta en un cliente que quiere volver, que se sienta cómodo y escuchado. Entender que lo que nos solicita, seguramente no es por capricho, es que lo necesita así para continuar con su tarea.
Por lo tanto todos tenemos la oportunidad de cambiar el lugar en el que vivimos 8 horas diarias, como mínimo.
Estos pequeños cambios en la rutina de las personas que forman parte del crecimiento de la empresa, tienen que ir acompañados de propuestas de valor por parte de la compañía.
Me parece maravilloso que la palabra EMOCIÓN se haya colado ya en el vocabulario empresarial y que se empiece a agradecer el esfuerzo de los colaboradores con la introducción de nuevos sistemas de retribución. Lo que se ha denominado como Salario Emocional se ha convertido en una realidad en muchas empresas y las cifras de productividad se han disparado.
Pero antes de ni siquiera plantearse un sistema adicional de retribución, es fundamental un cambio de mentalidad. Es creer de verdad, que emprendiendo el camino de la confianza la empresa podrá a ser ese lugar donde la gente querrá tomarse un café con los compañeros.
Y, ¿cuál es el camino de la confianza?.
Algunos cambios implican una inversión económica, inversión, que no gasto. Aunque el mayor esfuerzo siempre es el del cambio, el de querer hacer algo diferente, para llegar simplemente a otro lugar, a convertirse en esa empresa donde las personas quieran crecer y desarrollarse profesional y personalmente.
Analista Conductual y Generadora de Salud Emocional
Lifepartner.es