Hace aproximadamente tres años decidí acudir a un profesional de la psicología infantil.
Mi hijo empezó a tener brotes de pataleta que no podía controlar, a la mayoría de la órdenes se negaba a hacerme caso, llevarle al baño era toda una tortura, que cenase pescado todo un reto y que se fuese a la cama en hora, un milagro. Me sentía que perdía el control sobre esa personita de la que me siento totalmente responsable de su bienestar físico como emocional.
Concerté una cita con Margarita Rojas, que así es como se llama nuestra psicóloga, y para mi sorpresa me dijo que a la primera visita fuese sin mi hijo, yo volví a insistir en que la consulta era para mi hijo, que era a él al que tenía que evaluar sus comportamientos y ella respondió de nuevo que sí, que lo entendía, pero que acudiese sin él.
Convencida de que esa visita no tenía sentido, accedí a acudir a su consulta.
Contesté a todas sus preguntas. Sobre mi trabajo, mi pareja, mi familia y por supuesto le hablé de la relación con mi pequeño.
El final de la visita fue desconcertante: Me puso deberes para la siguiente sesión, A MI!.
Y por supuesto para la siguiente sesión tampoco debía acudir con mi hijo.
No puedo reproducir nuestra conversación, pero sí la situación que yo vivía en aquél momento. La puedo resumir con esta ecuación:
Cada día llegaba a casa a las 19:45. Después de pasar más de 12 horas fuera, mi prioridad se centraba en atender necesidades físicas: limpieza y alimentación, no había horas en el día para las emocionales: escucha y corazón. El horario era estricto: 20 horas baño, 20:30 cena, y a las 21 horas mi pequeño debía estar en la cama, su descanso físico era primordial.
Nadie es capaz de mantener esta situación en el tiempo sin colapsar.
Con gran sorpresa para mí, siguiendo las instrucciones de mi psicóloga, el comportamiento de mi pequeño cambió.
Empecé introduciendo en nuestro poquito tiempo:
flexibilidad, risas, escucha
eliminé:
prisas, rigidez, malhumor,
Tiempo después entendí que a más escucha, más vinculación emocional. Me costó muchísimo aceptar que tenía que enterrar una vieja creencia: vida profesional > vida familiar. Por lo que decidí reducir mi jornada laboral.
Pero nunca es suficiente el tiempo que pasas con tus hijos y se vuelve una adicción, por lo que di un salto más y escogí el Emprendimiento, decidí darle la vuelta a la ecuación:
Como seguro ya te has dado cuenta, la que realmente necesitaba del psicólogo era yo misma. Necesitaba ver mi realidad desde otra perspectiva. Hacer parada en el camino y leer todas las señales, pues seguro que al llegar al destino que había elegido no encontraría lo que estaba buscando. Por fin me había dado cuenta, ya no era tan importante progresar profesionalmente, mi mejor proyecto lo tenía en casa.
Desprenderse de las creencias es un ejercicio de voluntad y persistencia, pero el resultado es asombroso. Tengo la prueba en casa y tres años después veo florecer una personita independiente, que toma decisiones y tiene su propia opinión sobre lo que le rodea.
¿TE ATREVES CON EL RETO CONCILIA?
Analista Conductual y Generadora de Salud Emocional
Lifepartner.es